Frank le indicó con un gesto que avanzara por la derecha y él lo haría por la izquierda del almacén. Honik asintió en silencio y pegó el rifle a su pecho mientras apoyaba la espalda en la pared. El porche acababa en ese lado en dos escalones y puso un pie en el primero antes de asomarse al callejón.
Después de 12 años en el ejército en la madre patria, Honik había visto hasta donde podía llegar el ser humano, en lo bueno y en lo malo, y sabía qué lado llegaba más lejos; algunos le llamarían un soldado curtido en mil batallas. Sin embargo, durante la toma de Beaufort, con los disparos de los franceses silbando y los compañeros de batallón cayendo como sacos de arena a derecha e izquierda, Honik decidió que ya había tenido bastante. Unos días después, aún con la mayoría del Ejército del Mosa celebrando la victoria, Honik tramitaba su licencia con el coronel y volvía a casa. En los barracones de los soldados se hablaba mucho de los familiares que habían emigrado a América y en los largos kilómetros a pie la idea iba ganando peso en su cabeza.
La puerta se abrió con un leve chirrido y el sombrero hongo, el bigote y la estrella en la solapa anunciaron al shérif Masterson de vuelta en el porche, el interior del almacén estaba despejado. Honik le indicó con la cabeza que Frank iba por el otro lado y el shérif asintió y se tocó con el cañón de la pistola el lateral de la nariz dos veces, como diciendo "Hank, los huelo, están aquí cerca". Desenfundó la otra pistola y se puso al lado de Honik, la espalda contra la pared, los codos pegados al cuerpo y los cañones apuntando al techo.
A Katharina no le gustó la idea. Ella prefería quedarse en Magdeburgo, en el pequeño piso a la sombra de la catedral, con sus padres y su hermano y el camastro en el salón. Había conseguido medio jornal en una panadería y le decía a Honik que algo surgiría para él en la ciudad. El embarazo lo cambió todo. Dieciséis meses más tarde esperaban el vapor en el puerto de Hamburgo.
Muy despacio, Honik apoyó la culata en el hombro y sacó el rifle por la esquina del almacén hacia el callejón. Era un callejón de apenas 1,7 metros entre el almacén y el establo de Steiner. Los sacos de heno se amontonaban uno tras otro junto a cajas vacías y algunas ruedas de carromato. Bajó los escalones sin dejar de apuntar al callejón, aunque no parecía haber un alma. Masterson le siguió con los brazos extendidos apuntando a la nada. Podía parecer ridículo ver al shérif y uno de sus ayudantes apuntando a un montón de heno, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a dar la menor ventaja a Slim Joe y su banda por mantener la compostura. Durante unos segundos, los dos se quedaron inmóviles. Era una de esas veces que parecía que el tiempo se hubiera detenido; nada se movía, no se oía el menor ruido. De pronto, una ráfaga de viento se coló por el callejón, agitó un par de sacos y se fue, descolocando ligeramente el sombrero del shérif al despedirse. Honik avanzó unos metros y se arrodilló tras el primer montón de sacos. El shérif se encaminaba hasta el siguiente parapeto cuando el primer disparo rompió el silencio.
Los primeros años en Kansas no fueron fáciles, pero la comunidad de emigrantes no dejó de apoyarles y los trabajos se fueron sucediendo: agricultor, vaquero, agricultor otra vez, asistente en una tienda de herramientas y cuando por fin pudo hablar el inglés con cierta soltura, empleado del ferrocarril durante casi un año. Sin embargo, con su experiencia como soldado, Honik podía aspirar a un puesto en el fuerte Dodge, con una paga sustancialmente mayor y con escaso peligro real por lo que le contaban. Honik y Katharina pasaron a ser Hank y Katherine, Hans pronto tuvo una hermanita y los cuatro una casita a las afueras de Dodge City.
La bala arrancó una esquirla de la pared a un palmo de la cabeza del shérif, quién se lanzó al suelo y rodó hasta las ruedas de carromato. Tras el primer disparo de aviso, llegó una oleada que los mantuvo agazapados. Era imposible asomar la cabeza y saber contra cuántos bandidos se estaban enfrentando. Honik sacó el rifle por encima de su cabeza y disparó a ciegas. Esto pareció desconcertar a sus adversarios que pararon el concierto momentáneamente. Masterson no necesitó más, se incorporó detrás de las ruedas y de nuevo con los brazos extendidos, empezó a tocar una nueva canción a dos voces. Un grito de dolor dio fe de la puntería del shérif, que volvió a agazaparse. Mirando a Honik le enseñó cuatro dedos y bajó uno.
Una noche en el Long Branch, tomando un whisky con dos compañeros, le presentaron a Bat Masterson, que después de reírse de su acento y conocer su historia, le invitó a unirse a la oficina del shérif... cuando lograra la estrella al año siguiente. Así fue, y Honik pasó a ser el flamante segundo ayudante del shérif en Dodge City.
A una señal, Honik y el sherif se levantaron a la vez, y dispararon al fondo del callejón. Dos cuerpos cayeron. El bueno de Frank por fin apareció y dio cuenta del último bandido. Otro pacífico día en Dodge City.